Los Superamigables. Piojitos fuera

Pese a mis piraterías, ya me he integrado dentro de la familia. Bueno, en realidad, pienso que fueron ellos los que se adaptaron a mí. Estoy muy a gusto tumbada tranquilamente al sol dejando que los recuerdos de mi corta vida desfilen por mi memoria. A veces me pregunto qué sería de mí si me devolvieran a mis orígenes.

Todas las mañanas la princesa ADA me abre la puerta corredera que da a la terraza.

—¡Mirad a la HATTER! —Se ríen viendo cómo le planto cara a las gaviotas y a los pájaros erizando mi melena como si fuera la de un león.

—¡HATTER, fierecilla! —la princesa ADA está tan orgullosa de mis hazañas que me pasa su mano por mi arqueado lomo en señal de afecto.

Una mañana, a mediados del mes de julio, a los pocos minutos de tumbarme al sol, mi instinto se activó. La que se avecina. Se oían, palabras cargadas de pánico: invasión, contagio, infestación y la inconfundible voz de la abuela aullando como siempre.

—¡MAD HATTER! Ha sido MAD HATTER el foco de contagio.

Descubrieron que la melenaza trigueña de la princesa ADA estaba infestada de piojos.

La abuela se abalanzó sobre mí tratando de inmovilizarme para escudriñar en mi pelaje.

¡Qué ignorancia! No saber que los piojos humanos son diferentes a los de las mascotas.

Yo no soy un modelo higiene, por más que me estoy lavando con saliva en todo momento, pero de parásitos nada. Ya pasé por lo mío con lo de la sarna. Recuerdo el suplicio de todas las noches cuando me rociaban con un espray que contenía un líquido pestífero. Casi me ponen en cuarentena.

Ante tal terrible acontecimiento, la pediculosis, se tomaron una serie de medidas inmediatas:

Primera. Mandaron al abuelo a la óptica a comprar una lupa de gran aumento con dos LED como la de las esteticistas para enganchar en las gafas de la madre de la princesa ADA.

Segunda. La madre se encargó de conseguir la lendrera más efectiva del mercado como instrumento de tortura. Lo que hizo fue descargar de la red una guía para comprarla. Se decidió por una con las púas microacanaladas, muy juntas, para no dejar escapar ni uno.

Tercera. A través de los grupos de WhatsApp se informaron de cuál era el mejor tratamiento para exterminarlos.

Y cuando consiguieron todas las armas les declararon la guerra.

Montaron un CEP, un Centro de Eliminación de Piojos, situado bajo el potente foco de uno de los baños.

La princesa ADA, que era la primera vez que se infestaba de parásitos, no paraba de sollozar ante el horror que se le venía encima.

Un piojo grande y gordo, el que detectaron primero, había formado familia numerosa. En poco tiempo crecieron y se multiplicaron y la princesa ADA los compartió con toda la familia.

Recordaré siempre como aullaba la primera vez que le pasaron la lendrera. Fue un dramón, sobre todo cuando alguno se caía en la pileta del baño aun con un soplo de vida.

—La mejor arma para acabar con ellos es la lendrera pasada con constancia y diligencia —recomendaba el abuelo.

Pasaban la lendrera sobre el pelo mojado y con acondicionador para que los piojos se movieran con más lentitud.

Pasaban la lendrera.

Pasaban la lendrera.

Pasaban la lendrera.

Y volvían a pasar la lendrera.

Aun así, se quedaron en su cabeza todo el verano.

Pasar la lendrera se ha convertido en algo tan cotidiano que ya lo acepta con resignación.

 —¿Hoy cuántos? —Pregunta todos los días

—¿Qué te parece HATTER si les llamamos Los Superamigables? Hay que ver qué nombrecito para esos parásitos asquerosos.

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