Gata escaldada: nada

Desde siempre mostré curiosidad y atracción por el agua. Con menos de un mes saltaba a la tapa del wáter y, con mucho cuidado para no caer de cabeza, metía la pata y bebía. Bebo a morro de todos los grifos de la casa esperando que se caiga hasta la última gota.

Todos los días, cuando la princesa ADA está en la ducha, espero pacientemente con la cara pegada a la mampara su salida para poder lametear los restos de agua que se quedan en el plato ducha.

El agua para mí es todo un misterio y siento necesidad de explorarla.

Aun recuerdo con nostalgia cuando “Los Piratuchos” me bautizaron con una inmersión en el bidé rebosando de agua. Debo confesar que no me disgustó.

En Galicia, durante las vacaciones, tuve muchas ocasiones de observar el agua en las grandes bañeras que llenaban a diario para bañar a los niños. Acudían a mí sentimientos encontrados de atracción y miedo que no me permitían desvelar ni descubrir el misterio de tanta agua.

Con prudencia y desconfianza al mismo tiempo la observaba embobada, desde lejos, mientras los niños chapoteaban y reían ante la atenta vigilancia de un adulto.

Me vuelven loca los perfumes, hundo mi hocico en los ramos de flores recién cortadas, olfateo con placer todos los frascos que hay en el tocador, eso sí, procurando no tirar ninguno.

Hasta que un día la princesa ADA decidió convertir el baño en un espacio de relajación echando al agua sales, aceite de lavanda y flores de manzanilla imitando a la abuela. Metió una pierna para comprobar la temperatura, luego la otra. Se estiró a lo largo de la bañera y cerró los ojos. El olor a lavanda era un placer para mi olfato. Entonces hice todo lo posible para acercarme sigilosamente. Sé muy bien a donde puedo llegar. Me concentré cien por cien en mi objetivo observándolo con atención y cautela. Un salto con elegancia al borde de la bañera y a guardar el equilibrio.

¡Qué placer, el agua! ¡Y aquel olor tan agradable! La miraba, pero no la tocaba. ¡Un regalo para los sentidos!

Hice algunos ajustes en mi postura, para estar más cómoda. Escondí mis patas delanteras debajo del pecho y entorné mis ojos. No acierto a calcular si fue mucho o poco el tiempo que permanecí ensimismada en el borde de la bañera, hasta que pasó lo que pasó. Que quede claro: yo no me lancé voluntariamente al agua ¡Ni loca! Soy una gata chalada, pero no tanto. El equilibrio me falló, entiendo que me adormecí y se me fue la cabeza… ¡Chapuzón!… ¡AGHGGGG!

Mientras nadaba, sí, he dicho nadaba, maullé en todas mis expresiones, variaciones, longitudes e intensidades para llamar la atención de la princesa ADA que lo único que hacía era desternillarse de risa y… ¡PLAS, PLAS, PLAS! aplaudir.

—¡Bravísimo HATTER! Eres un fenómeno, ponerte a nadar como un perro…

Muy ofendida empecé a chapotear con todas mis fuerzas y me lancé fuera de la bañera para caer, por un error de cálculo, dentro de la taza del wáter saliendo por patas con los pelos mojados pegados al cuerpo en dirección a mi escondite favorito dejando una estela de agua por donde pasaba, ante la mirada de asombro de la abuela.

Y allí permanecí agazapada y empapada, como tantas y tantas veces hasta que pasó la tormenta y se calmaron los ánimos.

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