Kat Hacker

La princesa ADA llegó un día con un maletín de plástico transparente con compartimentos llenos de cables y de piezas LEGO. Le dijo emocionada a su madre que en el cole les habían mandado hacer un proyecto de robótica.

¡Se me pusieron los ojos como platos! ¡Me encantan las piezas LEGO! En cuanto la princesa ADA se despista las engancho una a una con la boca y juego con ellas por toda la casa hasta que se me pierden debajo de la nevera o del mueble de la tele.

La madre se puso eufórica, casi saltaba de alegría, y empezó a trastear con el contenido de la caja a la vez que monologaba sobre microcontroladores, sensores de movimiento y de inclinación, motorcitos y sobre lo cómodo que es programar en la tablet y enviar las órdenes por Bluetooth

—No te emociones con mi proyecto. Lo vamos a diseñar y a construir mis amigos del cole  y yo. Si nos atascamos con algo, ya te pediremos ayuda. —le oí decir a la princesa ADA muy enfadada.

—Explícame al menos que pensáis hacer.

—Una gata robótica del mismo tamaño y colores que HATTER. Será lista, juguetona y rápida. Pedirá mimos y cuando te acerques, ronroneará. Cuando la acaricies en el lomo, se pondrá patas arriba para que le hagas cosquillas en la barriga. No podrá saltar y así no me morderá los deberes ni tirará mis juguetes. Tampoco podrá sacar las uñas y así no arañará los sillones.

—Suena requetebién. Os dejo trabajar —dijo la madre sin estar muy convencida, mientras que a mí se me cayó el alma a los pies. Si consiguen acabar ese proyecto ¿quién va a necesitar a una gata de verdad pudiendo tener a una cibernética? Un cibergato no da alergia, no suelta pelos, no rompe vasos, no araña los muebles, no come, no bebe, no necesita arena…, en definitiva, sólo tiene las cualidades buenas de un gato.

Pasé un par de días muy, muy triste sin levantar cabeza.

—Hatter, ¿qué te pasa? —decía la madre cada vez que se topaba conmigo. Me lanzaba pelotas, agitaba una cuerda de colores y yo no reaccionaba.

La madre, muy preocupada, al tercer día de verme angustiada, me metió en mi transportín y me llevó al veterinario. Me exploraron concienzudamente, pero no encontraron la causa física de mi aflicción.

—Hatter, ¿no estarás deprimida, verdad? —me dijo la madre, en el coche, de regreso a casa—. A ver si vamos a tener que buscar un psicólogo para felinos. Mientras tanto me soltó una perorata sobre depresiones, abatimientos, infelicidad y sobre toros que no se cogen por los cuernos que me hizo reflexionar y cambiar de actitud.

Y así fue como decidí que lo que debía hacer era boicotear el proyecto. 

Dediqué varios días a elaborar una planificación estratégica cuyo único objetivo era neutralizar a la cibergata.

Mi primera táctica fue deshacerme del mayor número de piezas LEGO posibles. Todos mis esfuerzos fracasaron. La madre, que nos conoce muy bien a la princesa ADA y a mí, había pedido por internet varios lotes de piezas de repuesto, abundando los de piezas blancas, negras y naranjas como los colores de mi pelaje.

Mi siguiente táctica, pensaba yo, sería más agresiva: su objetivo era destruir los cables que conectaban a la cibergata con la tablet o con el ordenador para dotarla de inteligencia. Una de mis grandes pasiones es la de mordisquear cables hasta que se tronchan. No me gustan todos, los más gordos son peligrosos porque dan calambrazos muy fuertes. El día que mordí el de la televisión me quedé atontada durante horas. Me gustan los finitos, los que no conducen mucha corriente. Mis cables gourmet son los blancos que alimentan dispositivos que tienen pintada o grabada una manzanita mordida. Cuando los mordisqueo, justo antes de romperse, saltan chispas azules y un cosquilleo recorre todo mi cuerpo. Nunca he entendido por qué la madre se enfada tanto cuando rompo los blancos, si tiene la casa llena de cables de todos los colores y grosores…

Cuando se acostaron hice una incursión en el salón para ponerme manos a la obra, pero mi sorpresa fue que no había cables, todo iba por Bluetooth. ¡Mi gozo en un pozo! Aunque eso me dio una idea.

Por las noches, cuando la princesa ADA y su madre están dormidas, paso el rato navegando por el ciberespacio y cometiendo todo tipo de pequeñas ciberfechorías para divertirme. Con el tiempo me he convertido en una reputada Hacker. Me conocen por el nick “KatHacker”. A la madre, que va de experta en ciberdefensa, le he hackeado todas sus cuentas informáticas y he adquirido, gracias a sus trabajos, cierto dominio en el área de la Inteligencia Artificial.

A la par que el proyecto de la princesa ADA y de sus amigos iba tomando cada día más forma felina, diseñé un virus inteligente que introduje en la tablet que usaban para programar a la cibergata y que se pondría en marcha el día que diesen por finalizado el proyecto.

La princesa ADA y sus amigos continuaron trabajando con mucho tesón y enseguida finalizaron la estructura robótica con forma de gato.

—Ha quedado monísima. Ahora sólo nos queda dotarla de tanta inteligencia como Hatter —le dijo la princesa ADA a sus amigos mientras, desde la tablet, le mandaba órdenes sencillas para probarla: camina hacia delante, ahora hacia atrás, maúlla, ronronea, da una vuelta,…—. Quizás le tengamos que pedir ayuda a mi madre. Yo, como mucho, la puedo programar para que salga de un laberinto, pero hacer que se comporte como un buen felino son palabras mayores.

La madre les explicó que lo mejor era ir poco a poco, les habló de un paradigma que se llama “Divide y vencerás” que me hizo encrespar, pues esa fue una de las estrategias más usadas por Julio César y Napoleón en sus conquistas imperiales. Mientras pensaba que se había perdido la poca cordura que quedaba en nuestra casa, los chicos y chicas, muy atentos a las explicaciones, asintieron y dijeron al unísono:

—¡Ya entiendo! Vamos a hacer la APP gorda dividiéndola en trocitos fáciles y, cuando los tengamos todos, los combinamos y ya está.

Entre todos elaboraron una lista con todas las características que querían que tuviese la cibergata, se las repartieron y cada una se sentó delante de una tablet.

La princesa ADA escribió primero un programa al que llamó “PedirMimos()”, mientras una amiga pensaba en cómo escribir “Ronronear()”.

Entre juergas y risas se fue pasando el día y, al final de la tarde, tacharon las dos últimas características de la lista, las más importantes, una vez convertidas en “JugarConHatter()” y “QuererAHatter()”

—¡Mamáaaaaa, ya hemos terminado!

La madre, como les había prometido, les ayudó a juntar todas las piezas en un programa que alimentaría el cerebro del cibergato y al que llamaron MIAU (Minino Inteligente, Autónomo y Ufano). Lo probaron en la tablet de la princesa ADA y cuando estuvieron todos satisfechos se lo enviaron a la estructura robótica.

—Bienvenida, MIAU —dijo la princesa ADA.

—¡¡FFFFFF!! —Bufó la felina cibernética abriendo y cerrando la boca de forma agresiva — ¡¡FFFFFF!!¡¡FFF!!

La princesa ADA se agachó para acariciarle el lomo. MIAU, sin dejar de bufar, giró bruscamente sobre sí misma perdiendo varias de las piezas LEGO de su pelaje. Los niños la miraron estupefactos y la cibergata empezó a ladrar.

—Mamá, tanto esfuerzo para naaadaaaa, esto no funciooooona. Hemos fracasado —sollozaba la princesa ADA mientras por su cara caía una cascada de lagrimones.

La madre cogió la tablet y revisó el código de MIAU minuciosamente mientras dibujaba en un cuaderno flechas que conectaban cajas, burbujas y rombos que tenían dentro unos símbolos muy raros.

—Está todo perfecto. Lo habéis hecho fenomenal.

—BUAAAAAA, BUAAAAAA, yo sólo quiero que Hatter tenga una amiga para que no pase tanto tiempo solita en casa.

—Tranquilas. No sé vosotros, pero yo no me he dado aun por vencida. Está claro que sucede algo raro, vamos a encontrar qué pasa. ¿Me ayudáis?

Conectó al gato a su ordenador con unos cables raros que yo no había visto jamás. Lanzó una APP que llenaba la pantalla de ceros y de unos a tal velocidad que hipnotizaban y empezó a hablar sola de forma ininteligible hasta que entre la letanía de balbuceos empezaron a sonar todo tipo de improperios.

—¡OOOOOOOOHHHH! —Exclamó la princesa ADA—. Me debes un euro con veinte —La princesa ADA, desde que le explicaron en el cole una lección sobre economía básica, cobra una multa, 20 céntimos, por cada palabrota dicha por un adulto.

—¡Un virus! ¿¡Cómo es posible?! Un virus inteligente con el único propósito de boicotear este proyecto —exclamó la madre al mismo tiempo que yo caminaba hacia mi rincón preferido haciéndome cada vez más pequeñita y deseando que me tragara la tierra.

—HATTEEEER, Hatter, preciosa, ¿no sabrás quién ha sido? Menudo ciberdelincuente sinvergüenza, chafar de esa manera el trabajo de estos chicos. La Princesa ADA lo ha hecho todo pensando en ti, en que tengas un compañero…

Y desde ese momento agaché las orejas y acepté la compañía de una compañera cibernética. La princesa ADA, una vez más, me enseñó una lección: cómo apreciar, respetar y llegar a querer a un ser diferente.

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