Mi princesa

Al poco tiempo de estar en mi nueva casa me enteré de que la princesa ADA, cuando nació, era “La princesa del Mar”. De hecho, se hizo amiga de alguna de las princesas que pueblan los cuentos clásicos, descubriendo, mientras recorría sus reinos, que sus historias fueron modificadas con el paso del tiempo y la tradición oral. Las princesas que conoció mi Princesa eran valientes, justas, osadas y, sobre todo, independientes.

Lo de “princesa del Mar” viene porque su nombre de pila es Itxaso, nombre en euskera que traducido al español significa Mar.

Transcurridos unos pocos años, a medida que crecía, se hizo merecedora de este nuevo título principesco “princesa ADA”.

Seguro que todos estáis pensando que lo de ADA es un error ortográfico y que en realidad es una princesa con poderes mágicos. Así lo creía yo porque a la hora de hacer los deberes la letra hache es su horripilante pesadilla.

—Mamá ¿Por qué tengo que escribir la hache si no tiene sonido? Sólo me gusta combinarla con la C para formar la CH —le decía a su madre.

Yo, es cierto, me llevé una decepción cuando me enteré del origen de su principesco nombre. ADA viene de desorden-ADA, despist-ADA, atolondr-ADA y un poco chal-ADA. Así entiendo por qué su nombre no lleva hache.

Pese a todas estas -ADAS mi hermana adoptiva es muy especial, sensible, delicada y cariñosa. Nada fácil, eso sí. A veces es distante cuando a mí me entran ganas de morder sus pies, sus manos o lo que primero alcanzo de su cuerpo. Por momentos me emociono tanto que las caricias y los mordiscos van acompañados de pequeños arañazos.

Jugamos y nos enfadamos o nos enfadamos y jugamos.

Si a ella no le apetece jugar, alarga el brazo para hacerme aspavientos. Yo, que soy astuta e ingeniosa, consigo siempre lo que quiero llamando su atención con mis habilidades.

Cuando llega del colegio, me coge en brazos para saludarme cariñosamente. Yo la respeto mientras merienda y cuando hace los deberes.

La observo desde lejos, sin más. Cuando termina y se tumba en su sillón favorito, aprovecho para saltarle encima y empezamos el rifirrafe. Hace todo lo posible para que me oville a su lado a descansar. La verdad es que yo, que paso casi todo el día sola en casa, estoy cansada de descansar. Empiezo de forma suave mordisqueándola por donde puedo, cariñosamente, sin hincar los dientes.

Me dirige una mirada cargada de reproches gritando tanto que su voz se clava en mi cabeza como una dentellada.

—¡HATTER, PESADA!

¡Qué ganas de darle un zarpazo!

No me doy por vencida, solo quiero que me dedique más tiempo y atención. Parece que tiene el gen felino “déjame en paz que ahora no quiero yo”. Decido alejarme y payasear probando otra táctica.

Soy especialista en abrir las vitrinas de los muebles del salón. Se necesita tener equilibrio y muchas horas de entrenamiento. Desde una de las sillas, estiro mi pata derecha delantera y con mucha delicadeza desplazo poco a poco una de las hojas de la vitrina donde guardan la cristalería hasta que me permita entrar. Una vez dentro, las copas empiezan a tintinear provocando sonidos disonantes. Inmediatamente, la princesa ADA se levanta del sillón como empujada por un muelle, mete su delicada mano dentro de la vitrina y me rescata con mucho cuidado para no empeorar el estropicio.

—¡Hatter, gata chalada! Menuda bronca nos va a echar mi madre —, me susurra al oído con cariño —. Me rindo, gatiña, jugamos al pilla-pilla y a recoger pelotitas.

Me lanza una de mis pelotas por encima de las molduras altas de los armarios o la encesta dentro de los jarrones hondos que hay en el salón. De todos estos lugares la saco muy hábilmente con la pata y se la devuelvo entre los dientes. Ella sabe muy bien las reglas del juego. Me la arroja lejos otra vez. Enseguida estoy de vuelta con ella en la boca. Y otra vez que me la tira, y otra vez que se la devuelvo. A veces me lo pone difícil, pero para mí no hay obstáculos. Hasta que me canso y decido poner «The end«.

En pocos segundos ponemos todo patas arriba. Su madre, al entrar, se pone roja de ira supongo que para no dejar salir los gritos, y le ordena que recoja soltándole un discurso sobre el orden.

Me avergüenza confesar que yo me aprovecho de su faceta desorden-ADA porque la culpa recae siempre en ella y la mayor parte de los destrozos tienen mi firma: piezas de legos y playmobil esparcidos por toda la casa, folios achinchetados en el despacho de su madre que acaban en el suelo, libros taladrados por mis dientes… En fin, en un rincón lejano de mi conciencia me dan patadas todas estas piraterías que siempre terminan mal para la princesa ADA, que acaba recogiendo todo y lloriqueando por tal injusticia.

Aun sollozando, se tumba en el sillón arrebujada con su manta roja, le salto encima para consolarla y pedaleo con mis patas en su barriga como si estuviese amasando, hasta conseguir que sonría, haciendo RRRRRRRRR, RRRRRRRRRR.

—¡A la ducha! —grita su madre desde la cocina.

La sigo y espero impaciente su salida. Me provoca a través del cristal transparente de la mampara lanzándome chorros de agua y poniéndome caritas. Yo intento tocarla con mis patas, pero lo único que consigo es resbalar. Se ríe.

En cuanto sale me lanzo a sus piernas mojadas pasándole mi lengua rasposa con ansia. Lo hago para pincharla porque sé que le resulta desagradable. Acabo dentro de su albornoz en contacto con su cuerpo mojado rodando por la cama, hasta que mi olfato se anticipa a la llamada de que la cena está a punto. Mi rapidez y agilidad me permiten llegar la primera al salón. Me subo a la mesa, me siento a la espera de que me sirvan. Como de todo lo que pueden servir. A la hora de la cena soy omnívora. Me encanta compartir, hasta degusto los dulces ¡una hazaña increíble! Para que luego se diga que las papilas gustativas de los gatos rechazan el sabor dulce.

Mientras se lava los dientes y hace pis, me acomodo en su cama. Me hago la dormida, pero en realidad espero impaciente que lea en voz alta lo que sigue de la historia de la noche anterior. Lo mismo me lleva con Alicia al país de las maravillas que se me hace la boca agua con las historias del ratón Gerónimo Stilton y de su hermana Tea. Aunque últimamente me estoy convirtiendo en una gata aprendiz de magia y hechicería con Harry Potter. Estoy convencida que es su personaje favorito desde que estuvo en Harry Potter, The Exhibition, en Madrid.

Algunas noches, en vez de continuar con la historia del día anterior, coge varios libros de la estantería y le pide a su madre que entre las dos lean fragmentos de cada uno. La noche pasada conté hasta… ¡SEIS!

El primero fue un capítulo del último libro de una saga que le causa sensación desde que conoció a los autores, Pedro y Luján, en una librería de Alcalá de Henares. Princesas dragón va de tres princesas que rompen con los estereotipos de los cuentos de princesas clásicos. Dice la princesa ADA que las tres son superheroínas.

Del siguiente, cuarto libro de otra saga que le encanta, Bone, leyeron tres capítulos. Su madre opina que es una de las mejores novelas gráficas para todos los públicos, una historia de fantasía más corta y divertida que El Señor de los Anillos.

Para finalizar, diversos y entrañables personajes nos siguieron hasta nuestros sueños: Pippi Långstrump acompañada de su irreverencia y del Señor Nilsson; el Principito y el zorro domesticándose mutuamente; Beppo Barrendero contándole a Momo que la vida se afronta mejor pasito a pasito “…a cada paso una inspiración y a cada inspiración una barrida. Paso-inspiración-barrida. Paso-inspiración-barrida.” y Atreyu acudiendo a la Vestusta Morla en busca de respuestas.

“Leer es otro modo de volar” está grabado en una lámina que decora su habitación.

Dentro de poco cumpliremos años. Yo, el año uno y mi princesa el ocho.

Me enteré de que me quieren dar una sorpresa con una tarta de pescado con una vela. Dicen que hay que pedir un deseo a la vez que la soplas. El deseo que voy a pedir no se puede contar, pero sí os puedo contar cómo decidí el regalo para la princesa ADA.

Mientras dormían, la noche anterior al cumpleaños, puse en práctica mi plan diseñado con anterioridad. Subí sigilosamente al ático, salté encima de su mesa de estudio buscando los ocho botes de témperas de colores. Uno a uno los fui tumbando para comprobar si alguno estaba mal cerrado. ¡Tuve suerte! Enseguida me di cuenta de que el marrón y el rojo empezaban a derramar la pintura sobre la superficie esmaltada de la mesa. Salté a la impresora, mordí un folio y lo trasladé a la mesa. Posé mi pata delantera derecha sobre la pintura y dibujé una gran HACHE en el centro del folio. Para que esta piratería no llevase mi huella salté a la papelera sobre un gurruño de papel y froté mi pata hasta que quedó completamente limpia.

Admiré con sorpresa y orgullo los trazos tipográficos y sobrealzados de mi obra.

Bajé casi volando las escaleras del ático con el folio de la HACHE en mi boca y lo coloqué sobre la almohada, al lado de su cabeza.

¡Muchas felicidades! Yo, MAD HATTER, gata carey y con una M mayúscula en la frente te doto, con esta HACHE, de poderes y habilidades superiores que te convierten en HADA.

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